miércoles, 11 de febrero de 2009

Cuando oigo hablar de cultura...

Resulta que leo un blog donde el autor atribuye la frase “cuando oigo la palabra cultura echo mano de la pistola” a Millán Astray. Y pienso, voy a escribir un comentario diciendo que no, que la autoría se la debemos a Goebbels. Pero justo antes de ponerme a teclear, me digo: eh! dónde voy tan rápido poniendo en duda lo publicado... porque ¿fue el ministro de propaganda nazi quien dijo tal cosa?

En un artículo de Amando de Miguel se nos dice que no fue Goebbels sino el también nazi Hermann Goering quien pronunció lo siguiente: “Cuando oigo hablar de cultura quito el seguro de mi Browning"


Cuando parece zanjado el asunto, otro comentarista nos cuenta que la maldita frase tampoco salió del caletre de Goering sino que se pudo leer por primera vez en la obra Schlageter, del escritor Hanns Johst, obra dedicada a conmemorar la figura de Albert Leo Schlageter, que fue venerado como mártir por los nacionalsocialistas.

O sea, que fue Hanns Johst y no Goering ni Goebbels.

Durante el rodaje de la película El desprecio (Le Mépris, 1963), el productor se acercó al director Jean-Luc Godard y, remedando la original, le dijo que cuando escuchaba la palabra cultura corría a esconder la cartera. Fritz Lang, que actuó en el film y que tuvo que huir de su país con la llegada de Hitler, respondió recordando los tiempos oscuros en que la frase fue concebida: “Some years agosome horrible years agothe Nazis used to take out a pistol instead of a checkbook”.

domingo, 1 de febrero de 2009

50 años después


Se manifiestan a favor de una criatura que, a esta alturas de la Historia, no acaba de extinguirse.
El tiranosaurio se llama Fidel Castro, y es responsable de convertir a su bonito país en una cárcel, de 50 años de torturas y presidio para una larga lista de disidentes y de la miseria para todos menos para el politburó. Hay que volver a leer al Jean-François Revel de La gran mascarada para que el maestro francés nos explique no ya la justificación del carnicero barbudo y otras dictaduras comunistas, sino la abierta fascinación que tan siniestro personaje ejerce en bobalicones yanquis como Oliver Stone, en pesados escritores como Saramago o en lo más podrido de nuestra farándula.
Húmedas celdas donde enferman todos aquellos que tuvieron el valor de protestar contra el régimen, paraíso sexual para depravados de todo el globo, en Cuba amanecerá algún día sin la sombra del déspota.
Aquí en España, algunos amigos de las cadenas, del terror, se retratan sin el menor asomo de pudor . Despidámonos de nuevo con Revel:

"Cayó el muro en Berlín, pero no en nuestras cabezas."