Alan Moore, valiéndose de la teoría expuesta por el periodista Stephen Knight en su libro de 1976: “Jack el Destripador. La solución definitiva”, nos adentra en los terribles sucesos acaecidos en el barrio de Whitechapel.
Moore consigue crear un asesino complejo y aterrador, en una oscura conspiración donde para ocultar un hecho vergonzante para la corona se decide eliminar por las buenas a un grupo de prostitutas.
La reina es retratada como un personaje demoníaco. Y William Gull es un prestigioso médico de origen humilde que se ha ocupado del cuidado de la familia real durante mucho tiempo.
William, perteneciente a la orden masónica , goza de total confianza de la casa real. Él será pues el encargado de mancharse las manos de sangre.
Nuestro querido doctor se toma la misión como una tarea sagrada y se hace acompañar de un humilde cochero de carruajes, John Netley, al que le habla de los secretos de las catedrales (del arquitecto Nicholas Hawksmoor) y monolitos de Londres, así como de la eterna batalla entre lo apolíneo y lo dionisiaco. Este adoctrinamiento de Gull a Netley mientras recorren la ciudad es, sin duda, el pasaje más impresionante del trabajo de Moore/Campbell.
Personajes reales, tuvieran que ver o no con los asesinatos del Destripador, figuran por estas páginas, así Oscar Wilde, Joseph Merrick (el hombre elefante), Aleister Crowley, el cirujano James Hinton, Walter Richard Sickert (pintor impresionista que fue, según Patricia Cornwell, el verdadero Jack el Destripador), William Butler Yeats…
No se nos ahorra contemplar la brutalidad del matarife Bull, siendo el último crimen una insoportable carnicería que abarca varias páginas. El doctor Gull entra en éxtasis cuando asesina, o en el momento de su larga y lisérgica agonía, llegando a contactar con su admirado William Blake o con el mismísimo Robert Louis Stevenson. También su febril imaginación experimenta viajes al futuro o adquiere una curiosa conciencia divina. Al leer las referencias mitológicas de Gull, ganas dan de volver a bucear en la obra de Robert Graves, Sir George James Frazer (La rama dorada) o el Joseph Campbell de Las máscaras de Dios.
The ghost of a flea, de William Blake
En fin, léanlo si aún no lo han hecho.