jueves, 18 de octubre de 2007

El cero y el infinito.

No, no voy a hablar del libro de Arthur Koestler sino de una vieja película, como les prometí hace poco.
Si la ven entenderán el título de esta reseña.
El increíble hombre menguante (1957), dirigida por Jack Arnold, cuenta la asombrosa historia de Scott Carey.
Scott y su esposa Louise disfrutan de unas vacaciones tomando el sol en la cubierta de un yate. Mientras Louise está buscando unas cervezas en el interior de la embarcación, una nube radiactiva atraviesa el mar y cubre por completo a nuestro protagonista.
Meses después Scott descubre que la ropa le queda excesivamente grande; al principio la mujer le quita importancia. Pero la situación prosigue y deciden ir al médico. Éste, tras una serie de radiografías comparadas, les confirma algo nunca antes visto:
Señor Carey: Usted es el primer caso de hombre menguante del que la ciencia tiene noticia.
Tras la perplejidad, el doctor les aconseja que visiten el Centro de Investigación Médica de California, donde quizá puedan hallar una explicación a tan extraordinario fenómeno.
Después de someterle a numerosas pruebas encuentran restos de un pesticida en su cuerpo, aunque eso por sí sólo no da respuesta a su progresiva disminución de tamaño. Entonces le preguntan si ha tenido algún contacto con material radiactivo. Scott lo niega pero su mujer cae en la cuenta del episodio acaecido en el mar, el de la nube tóxica.
El asunto es desesperante porque la jibarización de Scott no encuentra freno y los galenos no saben como tratarla. Esta situación kafkiana se va haciendo más y más terrible.
La película, cuyo título les habrá hecho reír, es un perfecto ejemplo de como con un ínfimo presupuesto se puede lograr una obra maestra si se aunan imaginación y talento.
Basada en la novela de Richard Matheson The Shrinking Man, es el propio Matheson el que se encarga de adaptarla.
El hogar se convierte en una pesadilla para Scott, al que acechan los más inesperados peligros.
Nuestro desdichado amigo va a parar a un lugar horrible, donde vibramos con su apasionada lucha por conservar la vida, cada vez más diminuto, más indefenso.
Los pensamientos de Scott al final de la película, entre lo lírico y la metafísica, son estremecedores y de una profundidad mayor que la de todo el cine intelectual europeo de los últimos años.
Me pregunto si no sería la visión de The Incredible Shrinking Man lo que empujó a Rachel Carson a su funesta lucha contra el DDT.
Una advertencia: Si ustedes padecen de fobia a las arañas, ¡absténganse de ver la película!. Repito, no la vean; a no ser como terapia de choque aconsejada por su psiquiatra.


En la imagen de abajo, Laurie (Randy Stuart) y Scott Carey (Grant Williams).

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta película la vi de pequeño y realmente lo pasé mal poniéndome en el pellejo del protagonista, pobre hombre.

Anónimo dijo...

No te he hecho caso y he visto la película a pesar de mi aracnofobia. Esta noche dormiré con una aguja, digo con una espada. Estupenda película, me sorprende lo bien que está hecha, además de los pensamientos de Scott. Por cierto, el hermano estaba más serio que un badil y sospecho que se quería beneficiar a su cuñada.

Mr. Hyde dijo...

¡Ja, ja, ja, ja!
Stanley, efectivamente el hermano estaba más pendiente de la cuñada que de encontrar al pobre Scott.