Al volver a ver hace unos días la película Halloween (1978) de John Carpenter, constaté algo que es consustancial a este subgénero de asesinos en serie: La incompetencia de las fuerzas de seguridad en general, que llega a ser cómica por exagerada.
En el caso que nos ocupa un peligroso psicópata, Michael Myers (que siendo un niño asesinó a su hermana, al novio de ésta y a su padrastro), se fuga de el psiquiátrico donde estaba recluido justo en el momento en que iba a ser trasladado para la revisión de su caso.
Testigo horrorizado de la huida del monstruo es el doctor que trató el caso del joven Myers. Este hombre está convencido de que su paciente es la pura encarnación del mal y de que volverá a matar, sin ningún género de dudas, una vez vuelva a la calle.
Da la casualidad de que el asesino se escapa la noche anterior al día de Halloween, día/noche en que años atrás tuvo lugar el luctuoso hecho.
Se alerta con premura a las autoridades de que Michael regresará a su pequeña localidad natal y de que lo hará para sembrar el terror. Hasta aquí todo bien. ¿Usará alguien la información precisa del doctor?
Una vez en el pueblo origen de toda la historia, el galeno se hace acompañar al cementerio, donde comprueba que la lápida perteneciente a la hermana del asesino, ésa y ninguna otra, ha sido robada.
Primera prueba de la presencia del homicida en la zona y confirmación de las tesis del psiquiatra.
Hay un pequeño detalle que no se nos debe escapar, el malo de la peli huyó de su cautiverio en el coche del doctor y circula por el pueblo como Pedro por su casa después del aviso dado a la policía. Debemos sumar a lo anterior su presencia en las calles con una careta blanca a plena luz del día.
Si en vez de un asesino se tratara de un toro de ochocientos kilos, ¿lo habría encontrado el sheriff?, mucho me temo que no.
Dejando a un lado este arquetípico ejemplo de cine de terror, en la vida real, que supera en atrocidades a la ficción, los seres más sanguinarios disfrutan durante largos años de sus crímenes sin levantar sospechas entre sus vecinos. Lo que ya no sé es si debido a negligentes investigaciones o a que se trata de individuos especialmente escurridizos y expertos en ocultar sus fechorías. Tenemos muy reciente el caso de Alexander Pichushkin, que acaba de ser detenido acusado por la justicia rusa de 49 asesinatos y que lleva matando desde 1992, cuando tenía 18 añitos, década y media de sin ser descubierto . Este sujeto asegura orgulloso haber eliminado a 13 personas más de las que se le imputan, también ha dicho que no tenía intención de parar en su macabra actividad. Reconoce la influencia, nobleza obliga, de Andrei Chikatilo, el "carnicero de Rostov", cuyo trabajo de matarife duró desde el año 1978 hasta su detención en 1990, con 53 muertos a sus espaldas.
En fin, Homo homini lupus o El asesinato considerado como una de las Bellas Artes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario